¿Y si terminar esta novela significa volver a ser la Paola que fracasó?
Tengo tiempo. Tengo el camino claro. Tengo las ganas. Pero no escribo. Y empiezo a sospechar que no es bloqueo, sino miedo a volver a intentarlo y no estar a la altura.
Llevo años intentando terminar una novela.
No sé bien si es por mi decepción con lo que triunfa hoy en día en ficción romántica, aunque no es una tendencia nueva, ese así desde hace once años, o porque es muy desmotivador ver a autoras y autores que no se toman la literatura en serio, bien porque escriben novelas completas con IA sin ningún pudor o porque no se preocupan lo más mínimo por presentar una novela medio coherente y con sentido, con un mínimo argumento.
Publiqué mi última novela en pandemia y durante meses estuve muy bloqueada con la historia en la que llevo trabajando varios años de forma intermitente.
Para salir de ahí, escribí y publiqué con pseudónimo algunas historias cortas, y durante un tiempo funcionó y reconecté con mi voz, lo que me animó a retomar la novela.
Sin embargo, un comentario de una de mis beta me desmontó de nuevo porque, según su criterio, el protagonista era demasiado mayor para el rol que le había dado.
No creo que sea así y, de hecho, no lo he modificado, más que nada porque el personaje es un secundario de otra novela, por lo que me debo a cómo lo dibujé entonces.
El caso es que la inseguridad volvió a manifestarse y, entre eso y que el conflicto del personaje femenino no tenía una base sólida, volví a bloquearme.
De vez en cuando, me sentía culpable por dejar de lado la novela y trabajaba a saltos en resolver el conflicto.
Volví a escribir y lo resolví y, durante un par de semanas, la motivación por terminar la novela este mes de mayo y presentarme al PLA fue sorprendentemente alta.
Conseguí salir del bloqueo, matizar al personaje femenino y terminar el dichoso capítulo con sentido y la coherencia que buscaba.
Hubo momentos de claridad absoluta.
Momentos en los que supe exactamente lo que tenía que escribir —¿imaginas el subidón?—.
Y lo hice.
Y después… lo dejé.
Lo dejé cuando ya tenía el camino libre.
Cuando el capítulo más difícil estaba terminado.
Cuando, en teoría, solo quedaba seguir.
Y no lo hice por falta de tiempo.
No lo hice porque me faltara motivación.
No lo hice porque no supiera cómo.
No lo hice porque me dio miedo.
Miedo a escribirlo todo y que no valga.
Miedo a terminarlo y que no guste.
Miedo a reencontrarme con esa Paola que escribió, publicó… y se sintió ignorada.
La Paola que se creyó fracasada.
Otra vez la inseguridad. Y el bloqueo.
Ese lugar tan conocido en mi cabeza que me martillea: ¿para qué seguir si no va a importar?
Pero la verdad es que sí importa.
Me importa a mí.
Porque, aunque me escondo detrás de excusas —el tiempo, el trabajo, el scroll infinito—, lo que hay debajo es el miedo a que terminar esta historia me obligue a volver a creer en mí como escritora.
No he encontrado una respuesta.
Pero hoy quería compartirlo contigo porque estoy segura de que no soy la única que posterga lo que más desea por miedo a no estar a la altura de sus propias expectativas.
Si tú también estás ahí, si tú también te escondes de lo que más amas, si tú también dudas de tu valor como escritora, te abrazo desde esta carta.
Y te digo algo que intento decirme a mí misma también: no es fracaso si lo sigues intentando.
Y que no se apaga lo que nació para ser.